Pocos libros me han producido una sensación tan desagradable durante su lectura como este libro de Vassili Záitsev. Las «memorias de un francotirador», en Stalingrado o donde sea, necesariamente son un plato de lectura extraordinariamente desagradable.
Al final, si uno se pregunta en qué consisten las memorias de este señor, nos encontramos con los recuerdos de una persona que se ha dedicado durante un largo tiempo a matar a otros. Surge así la primera pregunta: es la de saber cómo es posible que haya alguien que publiqué sus «logros» como francotirador y por tanto como persona dedicada a matar a otros. Ciertamente ir a la guerra puede ser una obligación patriótica y una imposición del Estado en determinados momentos para muchas personas. Pero recordar cómo se mató a los demás y encima plantearlo en términos exultantes para hacer grande la propia función, es una tarea extraordinariamente desagradable, que, incluso cuando ya está escrita, no debería haberse publicado.
Este libro, además, está lleno de mentiras, en la misma medida en que se escribió durante el régimen político de la mentira, esto es, durante el periodo soviético que torturó a Rusia, Ucrania, Bielorrusia y tantas otras naciones (las «repúblicas soviéticas») durante largos decenios de sufrimiento. El socialismo trajo consigo la mentira y la mayoría de los supuestos logros de este francotirador en Stalingrado están contados en unos términos de auto-exaltación que resultan poco veraces.
La primera mentira de este libro es la de su fecha: supuestamente fue publicado en el año 2009. No es así. El libro se publicó por primera vez en ruso en 1956, en plena Guerra Fría, y para enterarse de este importante dato, que no es un pequeño detalle, hay que brujulear, no ya en la letra pequeña, sino en los lugares más recónditos del libro.
Pero es que además, su origen es un opúsculo, publicado como apéndice uno en el propio libro, que data de 1943, y por tanto se publicó, no ya durante la Guerra Fría, sino en plena segunda Guerra Mundial. Entre la obra de 1943 y la de 1956 hay tantas discordancias que resulta difícil saber qué versión hay que creer, porque las dos son propagandísticas.
En mi opinión, la única utilidad que puede tener este libro es la de ilustrar técnicamente la actuación militar de otros francotiradores, y de hecho ha servido durante mucho tiempo como manual en las escuelas militares dedicadas a esta finalidad. Pero publicar este libro para las estanterías de los grandes almacenes y de las principales librerías me parece un error. Como personalmente estoy interesado en este tipo de tácticas, he tragado toda la quina que podido mientras el señor autor se dedicaba a explicar cómo mataban gente. Pero no me parece una lectura poco recomendable para la mayoría del público.
Debo añadir que durante todo el periodo de mi lectura me invadió una profunda tristeza del, y advierto a cualquier lector que, si tiene un mínimo de entrañas, a él le pasará lo mismo. Por eso me permito darle al potencial lector el consejo de que, a medida que avance en su lectura, recé un Ave María, o cualquiera que sea la oración que le parezca más oportuno, por el alma de todos los que fueron víctimas del fusil del señor Záitsev, así como por el propio señor Záitsev, quien, orgulloso de sus logros, los comentó con tanta fruición. Záitsev era un soldado, un militar, no un asesino. Pero incluso así, la sangre es sangre y el enemigo tiene también su dignidad. No es la Ilíada o un cuento esta lectura. Es la crónica muy detallada de cómo unos mataron a otros. Algo muy desagradable y poco recomendable.
Para el final, que sepan algo importante: el señor Záitsev no sólo actuaba con sus tiros de fusil, sino con puras y simples granadas de mano. No era tan bueno como se creía. Y si consiguió sobrevivir, fue también por la suerte que tuvo y por la providencia que le protegió, sin duda por las oraciones de su abuela, cuestión a la que él mismo se refiere al inicio de sus memorias. Descanse en paz el señor Záitsev, pero que sepa que de la guerra hay que procurar no acordarse, y no hacer ninguna propaganda sino más bien publicar los horrores como horrores y las batallas como batallas, pero nunca como triunfos personales.