José Ignacio Escobar Kirkpatrick murió el 19 de septiembre de 1977 siendo Consejero Permanente de Estado. Como yo ingresé en el Consejo de Estado en junio de 1989, no lo conocí. Su historia es apasionante. Pero no por sus dictámenes sino por sus aventuras políticas. La cuenta él mismo en este libro.
Escobar, antes de ser Consejero, había sido Letrado del Consejo de Estado y periodista. Era hijo del dueño de “La Época” y director de esa publicación, que salía a la calle desde el 1 de abril de 1849. “La Época” se publicó hasta el sábado 11 de julio de 1936. El Domingo 12 el periódico no se publicó. Y el día 13 se tuvo noticia del asesinato de José Calvo Sotelo. La censura republicana (he dicho republicana, no franquista) impuesta por Santiago Casares Quiroga, Presidente del Consejo de Ministros y ministro de la guerra de la República, prohibió a todos los periódicos hablar de “asesinato” y ordenó que la noticia se publicara como “fallecimiento”. Escobar defendió su derecho a la libertad de expresión, y el periódico ya no se publicó más: fue cerrado sin más por el Gobierno de la República. Mucho más que censura: cierre gubernativo. Casares era el del Comité Revolucionario Nacional (CRN), el de la revolución de Jaca, el de Casas Viejas (hoy Benalup), el de siempre.
“Con la noticia del secuestro de Calvo Sotelo por un destacamento de la guardia de Asalto a las órdenes del ministro de la Gobernación, y de la aparición del cadáver en la puerta del cementerio del Este con un tiro de bala en la nuca, llegó a la redacción del periódico, el lunes 13 por la mañana la orden terminante del Gabinete de censura: prohibido terminantemente el empleo de la palabra «asesinato» así como cualquier comentario sobre el suceso. Sólo podría darse la noticia escueta del “fallecimiento” del señor Calvo Sotelo. Fue la misma fórmula que se usaría durante la guerra en zona roja para dar cuenta de la serie de caídos ante las diversas brigadas de asesinos. Todos “fallecían”, víctimas de una extraña y mortífera epidemia.
“Dirigía yo entonces “La Época” y ordené la no publicación del periódico esa noche para que no se manchara su historia dando cuenta en tal forma del suceso. Y por estimar Casares Quiroga que la voluntaria suspensión equivalía a una tácita protesta contra el crimen, impuso por ella el día siguiente al periódico el castigo de otra suspensión sin término”.
José Ignacio ESCOBAR, Así empezó… Memorias de la Guerra Civil Española 1936 – 1939, Madrid, Guillermo del Toro Editor, 1974, página 13. «La Época» había sido fundado por Diego Coello de Portugal y Quesada.
Así empezó la guerra civil. Lo cuenta él mismo:
«Circulaban por aquellos días en Madrid listas de personas a las que se preparaba la misma suerte que a Calvo Sotelo, por lo que desde esa misma noche dejé de dormir en mi casa, dando por supuesto que aquel propósito, si no estímulo, tampoco habría de encontrar obstáculo gubernamental, y, por el tono que había impreso a “La Época” en los últimos años, no podía hacerme demasiadas ilusiones sobre la opinión que les merecería a los comandos del frente popular. Busqué refugio en la pensión de una antigua conocida mía, Eugenia Iberty, en la calle de Lombia, 4, sin tener que hacer allí ficha de inscripción.
«Sabía que iba a ser por pocos días. Al siguiente de recibir la orden de suspensión de “La Epoca” me enteré por Jorge Vigón de que la monstruosidad del crimen había actuado de chispa definitiva y por fin se había señalado el día D y la hora H para que, sin posibilidad de marcha atrás, consciente de que no había ya más tiempo que perder, se levantara el ejército en defensa de España”.
José Ignacio ESCOBAR, Así empezó… Memorias de la Guerra Civil Española 1936 – 1939, Madrid, Guillermo del Toro Editor, 1974, página 14.
Las páginas siguientes, hasta el final del libro, y son 327 páginas, son la historia personal de uno de los que salvó a España del comunismo. Circulan por el libro sus entrevistas con Mola, la participación activa de José María de Areilza (un falangista que con la democracia pudo ser Presidente del Gobierno), Alberto Martín Artajo, Jorge Vigón, Ángel Herrera Oria, y un sinnúmero de nombres célebres, hoy todos fallecidos, que de una u otra manera dieron su vida por Dios y por España.
«Me pareció todo tan grave, que al día siguiente telefoneé a José M.ª Areilza a Bilbao pidiéndole que me facilitara una entrevista con Mola. Nos citamos Areilza y yo en Burgos y proseguimos viaje juntos hasta Pamplona, donde Mola nos recibió en su despacho de la vieja Capitanía General».
José Ignacio ESCOBAR, Así empezó… Memorias de la Guerra Civil Española 1936 – 1939, Madrid, Guillermo del Toro Editor, 1974, página 15.
Lo que sigue es prácticamente un diario del alzamiento. Día por día, desde el 16 de julio, Escobar va contando en primera persona, no qué le pasó, sino qué fue lo que urdieron:
«Desde un par de semanas antes nos había invitado nuestro Consejero de Estado, don Antonio Marsá, a los Letrados de su Sección, Alberto Martín Artajo, Enrique Súñer y yo, a merendar el 16 de julio en una finca suya sita en Collado Mediano. Ni por un momento se me ocurrió suspender la excursión a la vista de los acontecimientos. Ni por el más pequeño detalle quería que por mi culpa pudiera transparentarse lo que se avecinaba. Había que dar sensación de normalidad absoluta hasta el último momento. Ni a mis propios padres y hermanos les dije los motivos por los cuales había decidido marchar a Burgos el 17 por la mañana, limitándome a recalcarles que me marchaba y a aconsejarles que hicieran lo mismo».
José Ignacio ESCOBAR, Así empezó… Memorias de la Guerra Civil Española 1936 – 1939, Madrid, Guillermo del Toro Editor, 1974, página 22.
A esta peripecia menor sigue una cronología desconocida del alzamiento. Todo el mundo cree que «ya estaba todo hecho»: una organización perfecta puso en marcha el complot. Pues no fue así. Fue todo improvisación. Primero no tenían cartuchos. Escobar fue enviado por Mola a Alemania con lo puesto, sin siquiera una carta de recomendación, para conseguir diez millones de cartuchos de 7 mm. Lo que llama la atención es que Escobar, con su coche, pagando él los gastos, se fue a Alemania, confiado en la Providencia:
«… al llegar a Biarritz decidí darme antes una vuelta por las calles con la secreta esperanza de que la Providencia pudiera depararme alguna otra ayuda. En el café Royalty divisé a Víctor Urrutia. Abrazos de rigor y respectivos relatos. Me contó que acababa de escaparse de Fuenterrabía, burlando la vigilancia unos milicianos rojos, tirándose al mar para atravesar nadando la distancia entre Fuenterrabía y Hendaya. A continuación, después de enterarse del objeto de mi viaje y de que me había enviado Mola con la cara, como suele decirse, me propuso que hiciéramos antes juntos una gestión que pudiera reportar alguna ayuda financiera».
José Ignacio ESCOBAR, Así empezó… Memorias de la Guerra Civil Española 1936 – 1939, Madrid, Guillermo del Toro Editor, 1974, página 61.
La ayuda vino de March y de Ángel Pérez:
«Esa noche asistí a una reunion en la villa del conde de los Andes con Goicoechea, Pedro Sáinz, Gil Robles, Juan Ignacio Luca de Tena, Juan March y algunos más que no recuerdo. March ofreció su cooperación financiera al movimiento, el cual había alcanzado ya en ese momento tan considerables proporciones y no se podía prever hasta dónde iba a llegar. Para empezar me entregó 3.000 francos para pagarme los gastos del viaje, ya que tuve que confesar que había salido de Burgos con 1.500 pesetas en el bolsillo. Goicoechea retransmitió el deseo de Mola de que todos los españoles de algún relieve acudieran a la zona nacional para prestar al naciente movimiento representación, calor y asistencia. Luca de Tena anunció en el acto su llegada a Burgos para el mismo día siguiente. Gil Robles, en cambio, dio sus razones para justificar la inoportunidad, a su juicio, de su presencia en Burgos en aquellas circunstancias, y haciendo por supuesto, fervientes protestas de adhesión al movimiento, explicó que su cooperación al mismo sería más eficaz desde el extranjero que desde España».
José Ignacio ESCOBAR, Así empezó… Memorias de la Guerra Civil Española 1936 – 1939, Madrid, Guillermo del Toro Editor, 1974, página 62.
Ángel Pérez, el naviero, comprendió la importancia del movimiento:
«La visita a don Angel Pérez fue fructífera. La hicimos Victor y yo. Nos recibió acompañado de su mujer y sus hijos. Hablamos de la amplitud insospechada que había adquirido el curso de los sucesos y de la necesidad para todo español de acudir inmediatamente con su máximo esfuerzo, en auxilio de la Patria. Aludimos a la importante gestión que me había confiado Mola, cuyo éxito podía depender, en último término, de un mínimo de solvencia económica.
«-Digan ustedes a Mola que mi fortuna entera está a su completa disposición, nos contestó rápido. Y si les
basta a ustedes de momento un millón de francos extenderé ahora mismo un cheque. En otro caso díganme la cifra que necesitan.«Urrutia la estimó suficiente. Y en el acto extendió don Angel el cheque y lo firmó. Su mujer nos rogó con lágrimas en los ojos que no se diese publicidad al donativo, por lo que agravaría la situación de su hijo mayor, preso en Madrid en poder de los rojos».
José Ignacio ESCOBAR, Así empezó… Memorias de la Guerra Civil Española 1936 – 1939, Madrid, Guillermo del Toro Editor, 1974, página 63.
A March le fue mucho peor, porque se fio de la gente equivocada. Puede que consiguiera el Dragon Rapide, pero otros pilotos le engañaron:
«Encontré a García Conde muy ocupado con el intento de comprar secretamente cuatro aviones para Franco con un dinero que le había proporcionado March y hacerlos partir con unos pilotos de fortuna. Tuve ocasión de presenciar la entrevista con uno de ellos y me dio la impresión de que jamás llegarían los aviones a su destino. Asi fue, en efecto».
José Ignacio ESCOBAR, Así empezó… Memorias de la Guerra Civil Española 1936 – 1939, Madrid, Guillermo del Toro Editor, 1974, página 99.
Como corro el riesgo de contarles el libro en vez de reseñarlo, seguiré diciendo que Escobar pasó enormes peripecias en París y en Berlín, y que acabó consiguiendo la confianza de los alemanes, y con ellos que le fabricasen cartuchos de 7mm.; diez mil fusiles del calibre alemán (7,92 mm.); siete aviones; seis cañones antiaéreos. Todo gracias a que había jugado al tenis en el club de la Puerta de Hierro con Kamphoevener. Con esto salvó los primeros días de Mola. Escobar, ya en España, narra el apocamiento de Mola y el crecimiento de Franco, en unos pocos meses, como quien ha vivido la historia en primera persona. Trataba a Mola a diario. Se incorporó al ejército y empezó a preguntar mucho a sus soldados. Él mismo dice que era un rasgo de su carácter:
«… lo que más me interesaba era tratar de escudriñar en el pensamiento de ese grupo en el que me encontraba inmerso y averiguar el móvil de sus patrióticos impulsos ya que todos eran voluntarios. Mis motivos pensaba yo, no tenían por qué ser los de esos jóvenes campesinos. ¿Por que tenía que repugnarles a ellos tanto como la República? Para mí estuvo bien claro desde el 14 de abril que todas las violencias verbales y de hecho, que a diario se sucedieron, eran sólo el comienzo de un proceso cuyo final sería la repetición en nuestra Patria de lo ocurrido en Rusia. Y yo estaba bien enterado de lo que significaba el comunismo. Pero no podía atribuir las mismas reflexiones a esos muchachos de una cultura más elemental, que parecían animados, sin embargo, de un fervor antirrepublicano tan grande como el mío. Durante las horas de descanso tenía ocasión de charlar con ellos y, desde luego, la aproveché. No hubo casi un soldado de mi Compañía que se escapara a mis interrogatorios, empezando por los otros tres alféreces, mis compañeros, cada uno, como he dicho, de distinta procedencia: Requeté, provisional y escala de reserva.
«Con una cierta agradable sorpresa, comprobé que había una cierta coincidencia en considerar que la república era un régimen fundamentalmente antiespañol. (…) Los ataques a la Religión era lo que más vivamente había herido los sentimientos de esa gente. Me di cuenta en esos días de que la tesis de Menéndez Pelayo no era un vano juego de palabras. La unidad se la dio a España el cristianismo. Fuimos nación por la Iglesia. El día en que Azaña proclamó que España había dejado de ser católica descubrió la identidad entre la República y la anti-España y aprestó a la defensa de su personalidad a cuantos no hubieran roto del todo sus vínculos con la historia.
«Es notorio que desde que se pronunció esa frase empezaron a frecuentar la Iglesia gentes alejadas en su vida diaria de las prácticas religiosas. Se les despertó de pronto la conciencia de su verdadero ser. Los que siempre la mantuvieron viva aguardaron impacientes la hora de vengar la injuria. Era el caso de esos muchachos del norte con los que el destino me había puesto en contacto. El entusiasmo con que se lanzaron a la guerra no hubiera sido superado en el caso de un invasor extranjero. Prueba del carácter auténticamente extraño para el sentimiento nacional del régimen del 14 de abril».
José Ignacio ESCOBAR, Así empezó… Memorias de la Guerra Civil Española 1936 – 1939, Madrid, Guillermo del Toro Editor, 1974, páginas 140 y 141.
Espero haber conseguido, con estas citas dos objetivos. El primero que usted compre y lea el libro. Si quiere conocer cómo se fraguó el alzamiento en el norte, y cuál fue el desconcierto nacional hasta que el 1 de octubre de 1936 -a la mitad del libro- se nombró a Franco «Jefe del Gobierno del Estado» por la Junta, tiene que leerlo.
El segundo objetivo es que se reedite el libro. Según Ángel David Martín Rubio, estas memorias que vengo reseñando fueron publicadas por primera vez en 1955 por Rialp, con este mismo título («Así empezó…») pero no he encontrado ningún ejemplar. Rialp no volvió a publicarlas y por eso sólo tenemos la reedición de Gregorio del Toro (1974). Incluso así, será difícil que puedan encontrar un ejemplar.
Y la reedición es difícil porque los derechos de propiedad intelectual en este caso duran 80 años a contar del fallecimiento de Escobar, y por tanto hasta el año 2057 y la obra no ha entrado en el dominio público. Sería muy conveniente que algún editor pusiera la obra en el mercado aunque no sé si los herederos de Escobar están por la labor. Yo mismo me ofrezco a hacerlo, en LIBRO ELECTRÓNICO, porque es muy necesario poner obras como esta en poder y posesión de las nuevas generaciones, para que se compense de esta manera, por lo menos en algo, la propaganda socialista a la que están sometidos sobre el origen del conflicto social que generó la guerra civil.
Por cierto: me falta por reseñar… más de la mitad del libro.