Barack Hussein Obama es un activista social que en 2009 llegó a Presidente de los Estados Unidos. Ha escrito el primer tomo de sus memorias. Si ha sido sincero, su autorretrato es encomiable. Vale la pena reseñarlo. No son sus memorias completas. Son sólo el primer tomo. Un libro de 950 páginas. Obama dice varias veces a lo largo del libro que uno de sus defectos es que no sabe resumir. Y en efecto así es.
Obama no sabe resumir porque lo que quiere es contarte su película y eso lleva tiempo. El no quiere exponer los hechos y ya. Quiere influir sobre ti. Quiere manipular la opinión del lector. Y para eso no sirve un power point. Hay que usar más palabras.
Lo hace muy bien. Utiliza técnicas de best-seller para tirar del lector hacia la página siguiente. Esconde el guión de la presentación. El índice es muy cartesiano pero hay que descubrirlo. Se tarda en hacerlo.
Lo primero que cuenta son sus orígenes. No empieza por lo de su certificado de nacimiento. Eso viene después. Empieza por los valores de su familia, de sus ancestros. Los utiliza para explicar quién es él. Como en todas las memorias, es la parte más interesante del libro, porque da la clave de todo lo que Obama hace después. Sus valores son los que son porque han surgido en él y eso es lo que aquí se explica.
Obama explica también cómo llegó a ser un activista social. En vez de seguir la carrera estándar de un buen estudiante de la Facultad de Derecho de Harvard, que había sido Director de la Harvard Law Review, y que tenía una prometedora carrera en la abogacía o en la judicatura, optó por presentarse al Senado estatal de Illinois. Y allí empezó todo. Lo siguiente -ocho años después, y habiendo sido derrotado en las elecciones al Congreso por Illinois- fue el Senado estadounidense. Y luego la Presidencia. Así de rápido. Los detalles, como siempre, en Wikipedia. Los porqués y los paraqués, en el libro. La psicología también. Lo que le dio miedo a Obama, lo que le sacó de la cama, lo que le provocaba pesadillas, era que podía ganar.
Me imaginé a mí mismo caminando hacia un portal en un lugar luminoso, frío y sin aire, deshabitado y alejado del mundo. Y a mis espaldas, en la oscuridad, escuche una voz, nítida y punzante, como si alguien estuviese justo a mi lado, pronunciando la misma palabra una y otra vez: «No, No. No. » Salté de la cama con el corazón al galope, bajé las escaleras y me puse una copa. Me senté a solas en la oscuridad con mi vodka, los nervios a flor de piel y mi mente a mil por hora. Mi miedo más profundo no resultó ser ni la irrelevancia, ni quedarme atrapado en el Senado para siempre, ni siquiera perder la carrera presidencial.
Mi miedo más profundo provenía de que había comprendido que podía ganar.
Barak Obama, Una tierra prometida, páginas 88-89.
Me ha sorprendido lo poco que menciona Obama en su formación su paso por la facultad de Derecho de la Universidad de Chicago y también sus libros anteriores, Los sueños de mi padre (1995) y La audacia de la esperanza (2006).
Obama no es musulmán aunque su segundo nombre sea Hussein. Reza. Varias veces a lo largo del libro lo hace notar. Es especialmente emocionante su oración en el muro de las lamentaciones. Los rabinos se quejaron porque se hubiera robado del muro el papel en el que escribió. Pero a día de hoy no importa porque el propio Obama ha publicado su oración en sus memorias:
Señor, protégenos a mi familia y a mí. Perdona mis pecados y ayúdame a mantenerme a salvo del orgullo y del desánimo. Dame la sabiduría necesaria para hacer lo que es correcto y justo. Conviérteme en un instrumento de tu voluntad.
Barak Obama, Una tierra prometida, página 192.
No es la primera ni la única oración. Obama reza mucho más que la mayoría de las personas. Lo dice él mismo, cuando rememora el día en que tomó posesión como Presidente:
Por un instante, antes de que sonaran las trompetas anunciándome, cerré los ojos y repetí la oración que me había llevado hasta allí y que seguiría repitiendo cada una de las noches en que fui presidente.
Una oración en la que daba las gracias por todo lo que se me había dado. Una oración en la que pedía que se perdonaran mis pecados. Una oración en la que pedía que mi familia y el pueblo estadounidense se mantuvieran a salvo del peligro.
Una oración para que Dios me guiara.
Barak Obama, Una tierra prometida, página 276.
Esas oraciones no son ajenas al éxito de Barak Obama. Ni sus otras visiones, a las que alude, por ejemplo cuando rememora el vertido de Macondo:
En mi cabeza, aquellos oscuros ciclones de petróleo llegaron a simbolizar la cadena de crisis constantes que estábamos atravesando. Es más, de alguna manera me parecían vivos, una presencia malvada que se burlaba enérgicamente de mí.
Barak Obama, Una tierra prometida, página 690.
A estas alturas ya habrán comprendido que les recomiendo que lean el libro. También porque detrás del mismo se esconde una mentalidad de la que ni el propio Obama se da cuenta. En teoría, en el mundo occidental no hay confesión religiosa imperante. Pero eso es en teoría. Obama fue quien, por defender los derechos humanos, o sea, lo que queda de los valores cristianos, echó del poder a Hosni Mubarak y causó la primavera árabe. Todo empezó con una conversacion telefónica con el presidente Egipcio:
Luego fui al grano: en mi opinión, si seguía en el cargo y demoraba el proceso de transición, las protestas continuarían y probablemente se descontrlarían. Si quería garantizar la elección de un Gobierno responsable que no estuviera dominado por los Hermanos Musulmanes, había llegado el momento de que dimitiera y utilizara su prestigio para contribuir a la llegada de un nuevo ejecutivo egipcio.
(…)
Preparemos un comunicado -dije a mi equipo-. Vamos a pedir a Mubarak que dimita ahora mismo.
(…)
Era tan solo el comienzo de una batalla por el alma del mundo árabe; una batalla cuyo resultado no era en modo alguno seguro.
Barak Obama, Una tierra prometida, páginas 782-784.
En efecto, no fue nada seguro. Para el mundo árabe. Como le dijo Mohamed bin Zayed, príncipe de Abu Dhabi y gobernante de facto de los Emiratos Árabes Unidos, al que llamaban MBZ:
Demuestra -dijo- que Estados Unidos no es un socio en el que se pueda confiar a largo plazo
Barak Obama, Una tierra prometida, página 787.
En efecto, creo que así es. Pero no sólo Estados Unidos, sino cualquier democracia. Porque sus políticas exteriores vienen determinadas por los vaivenes de la política interior, y ésta puede ser muy cambiante. Escribo estas páginas cuando el presidente de los Estados Unidos es Joe Biden. Como fue el Vicepresidente que Obama escogió para su ticket, sale muchas veces en el libro. Todo lo que aconsejó a Obama sobre Afganistán lo está ejecutanto él mismo, ahora que es Presidente. Así le dijo a Obama:
Fueran cuales fuesen los motivos, Joe veía Afganistán como un lodazal peligroso e insistió en que demorara el despliegue. Sugirió que sería más fácil enviar soldados una vez que tuviéramos una buena estrategia que intentar retirar tropas después de haber sembrado el caos con una mala.
Barak Obama, Una tierra prometida, página 384.
Biden nunca ha querido estar en Afganistán. Hoy, cuando escribo esta reseña del libro de Obama, me encuentro en las portadas de todos los periódicos las consecuencias humanas del intervencionismo estadounidense unilateral en el mundo árabe.
El libro está extraordinariamente bien traducido y sólo tiene, creo, cinco erratas (páginas 197, 255, 579, 630 y 697). Espero con interés el segundo tomo.