Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber?¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos?¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis.
Mt. XXV, 37-40.
Ignacio María Doñoro de los Ríos es un sacerdote español del que yo no sabía nada hasta hoy. Ha escrito un libro, titulado El fuego de María, que no es una novela. Debería serlo. Es mucho mejor.
Hacía muchos años que no leía un libro de un tirón. No tengo tiempo. Hoy me ha llegado por Amazon. Me lo había recomendado por WhatsApp mi prima Cecilia. Lo compré de inmediato, pero con cierto escepticismo. A saber de qué va esto. Llegó por la mañana. Leí el prólogo, de Marta Moreno, directora adjunta de la editorial Nueva Era, mientras andaba por la calle. Francamente malo. Seguí leyendo, el segundo prólogo, del autor, y luego sus vivencias hasta que entró en el seminario de Burgos. Desde ahí ya no pude dejar de leer. Porque Jesucristo está muy encima de este hombre. Esto es lo que más me ha impresionado y por eso ya lo he acabado. Entero. Con subrayados. Con notas.
Sus vivencias en el seminario de Bilbao −no de Burgos: de Bilbao− explican qué es lo que ha pasado en el País Vasco durante todo este tiempo. Bastaría con esas páginas para justificar la lectura del libro. Pero hay mucho más. Su etapa como párroco, de la que habla poco; su etapa como capellán castrense; el genuino milagro −él no lo adjetiva así− en San Sebastián haciéndose presente Jesucristo en un soldado drogadicto; su etapa como Páter de Inchaurrondo; su misión de paz en Medjugorje – Trebinje; sus dos posteriores misiones de paz en Kosovo; la conversión de los 12 ateos; la conversión de pastor metodista; sus confesiones de 5 de la mañana a 2 de la noche durmiendo sólo 3 horas durante un mes, a base de café; el manual para tratar bien a la gente que le pidieron los americanos; las infecciones de Kosovo; la reunión con Carme Chacón en Kosovo. Y su segunda vocación a través de Robert Sarah.
Así nació, poco a poco, el Hogar Nazaret, del que tampoco sabía yo nada hasta hoy. A partir de aquí las historias son interminables. Lo malo es que terminan, se acaba el libro. La venta de niños por 25 dólares en El Salvador para traficar con sus órganos; los secuestros en Bogotá; su vocación definitiva con tres frases “al azar” tomadas del evangelio; la paliza que recibió en Puerto Maldonado (le descoyuntaron varias vértebras y no lo mataron porque Dios no quiso); las prostitutas que protegieron a los niños; sus recomienzos en Bellavista y Carhuapoma… y las historias personales, de niños con su nombre, rotos por dentro y por fuera, contadas una por una desde la página 156 hasta el final del libro. No se las refiero, para que lo compren. Van a llorar.
El autor no tiene una ONG. Tiene a Jesucristo en el alma. La causa por la que hace todo es porque ve a Jesucristo en los niños pobres, desvalidos, abandonados o enfermos. La clave no es la infancia. La clave es Jesucristo en persona.
“Mi Señor y mi Señora me han dicho que le quieren muchísimo”. Este es el tipo de recados que reciben los santos que no tienen nada cuando otros santos les traen lentejas (60 Kilos) y arroz (350 Kilos) para alimentar a los pobres. Estos son los recados que recibe con cierta frecuencia Ignacio María Doñoro de los Ríos. Cuya confianza en la providencia es tal que puede hacer llegar desde la selva a Madrid una tasación en dos días. Cosas de Hacienda. Si leen el libro entenderán a qué me refiero.