Francisco Franco Salgado-Araujo, Mi vida junto a Franco, Madrid, Colección Espejo de España, 1977.
En el “año de Franco” declarado por el Gobierno con motivo de la celebración de los 50 años de su marcha al Cielo –“pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como católico”– es lógico que, para conmemorar su figura, se hagan análisis de su personalidad. Esos psicoanálisis ya están hechos y los hizo… Francisco Franco. Pero no el que ustedes piensan, sino su tío, que era de su edad. Me explicaré:
Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la gracia de Dios, como decían las monedas de la época, vivió una vida azarosa, pero tuvo junto a sí, durante casi toda ella, a otro Francisco Franco: su tío, Francisco Franco Salgado-Araujo. Era su tío segundo, pero se llamaban primos entre sí porque su edad era pareja y se habían criado juntos. Los dos eran de Infantería. El primero ingresó en la Academia de Toledo en 1907 –fue el alumno más joven de la Academia– y el segundo en 1908. En familia, al primero lo llamaban “Paquito” y al segundo lo llamaban “Pacón”. Así los distinguían.
Francisco Franco Salgado-Araujo escribió dos libros. El primero, terminado el 16 de julio de 1956, son sus propias memorias. Pero, como su vida casi nunca se separó de la de su primo –del que era Ayudante– sus memorias son tanto suyas como de Francisco Franco Bahamonde.
Estas memorias no se publicaron sino hasta 1977, casi dos años después de la muerte de Francisco Franco Bahamonde, en la insigne colección “Espejo de España”, dirigida en su día por el no menos insigne Rafael Borrás Betriú, un hombre al que la historia de España debe un homenaje editorial, mucho más que por lo que escribió, por lo que promovió como empleado de Planeta.
Antes de publicar Mi vida junto a Franco, Franco Salgado-Araujo había publicado otro libro distinto, Mis conversaciones privadas con Franco, que en su día fue un trallazo editorial y que tuvo muchas ediciones. Son libros distintos. Por el periodo y por el formato. A pesar de haberse publicado antes, Mis conversaciones privadas con Franco empieza donde termina Mi vida junto a Franco. Lo que cuenta se solapa muy poco en el tiempo. Se complementan entre sí.
Sobre todo son distintos por el modo de narrar. En Mis conversaciones privadas con Franco se opera con fichas. Franco Salgado-Araujo recogía fichas de sus conversaciones con su primo, y las engarzó cada una con su contexto, dando lugar a una obra en la que el protagonista es Franco Bahamonde y sus opiniones. Como dije, fue un éxito editorial inmediato, porque Franco Bahamonde era conocido como “gallego” que nunca se sabe lo que está pensando. Era todo lo contrario: tenía las ideas muy claras, y su primo las revela. Este segundo lo glosaré en otro “post” en este mismo “blog”. Les adelanto que, aunque tiene un trasfondo rencoroso, es una de las mejores fuentes posibles para conocer el modo de pensar de Francisco Franco Bahamonde.
En Mi vida junto a Franco, Franco Salgado-Araujo procede de otra manera. El protagonista quiere ser él –son sus memorias– pero no lo consigue del todo, porque Franco Bahamonde eclipsó como militar a toda una generación de militares españoles y como Jefe de Estado anuló a Juan de Borbón –que nunca reinó– y a cualquier otro que se le acercase, porque el carisma de Franco Bahamonde en su época era incontestable. De hecho, podrían ser las memorias del propio Franco Bahamonde, las que nunca escribió. Lo dice el propio autor:
“En estos recuerdos de mi vida se consignan muchos episodios de la del Generalísimo, ya que pasamos juntos casi toda nuestra juventud.
“Siendo yo comandante y teniente coronel, en 1927, fui su ayudante de campo y por ello presencié a su lado los más brillantes episodios de su actividad militar. Puedo afirmar que fui testigo de los combates, hechos de armas y acontecimientos en los que Franco demostró ser primera figura militar y política de nuestra patria y una gran personalidad en el mundo. Por propia voluntad del Caudillo, no deje de actuar de ayudante suyo, cuando a los 48 años obtuve por antigüedad el empleo de coronel de Infantería. Me pareció natural y de cierta obligación solicitar su permiso para ir a un mando de unidad al frente, dada mi juventud para dicho empleo y entusiasmo profesional. Franco dio su consentimiento y dos días después rectificó y se volvió atrás diciéndome que lo había pensado mejor y que le parecía que a su lado era más útil a él y a la patria. La guerra termino en 1939 sin haber logrado mi aspiración de un mando activo de coronel.
“Todos los que conocíamos a Franco militarmente, el 18 de julio de 1936, día en que estallo el Alzamiento Nacional, estábamos profundamente convencidos de que nos llevaría a la victoria. Si así pensaban los militares, incluso los que no le conocían profundamente, ¿qué optimismo no sentiría yo, habiendo estado muchos años a sus órdenes y cerca de tres en la Legión?”
Mi vida junto a Franco, Página 11.
El libro es un día a día de la vida de los dos Franco. Desde la infancia (la madre de Francisco Franco Bahamonde, Pilar Bahamonde Pardo, era tutora de Francisco Franco Salgado-Araujo) hasta la muerte de Franco Bahamonde.
Como les recomiendo la lectura del libro, y sólo para animarles a que lo lean, si es que de verdad tienen interés en saber cómo pensaba Franco y qué hizo durante su vida, reseñaré sólo una anécdota, porque corro el peligro de explicarles un tiempo que duró casi un siglo.
Lean estas páginas del libro en las que se narra, por alguien que estuvo allí trabajando, como Franco Bahamonde, en 1934, salvó la segunda República de la revolución socialista organizada para impedir a Alcalá Zamora que entregase ningún ministerio a la CEDA:
“Franco, con sus compañeros de Academia, no arremetía jamás, ni criticaba en tono duro a los Gobiernos republicanos. Se comentaba sobre posibles reformas en el Ministerio de la Guerra. Desde luego al desempeñar el señor Hidalgo la cartera de Guerra no salió de Franco ni de ninguno de nosotros la menor palabra de critica a su actuación. A Franco le gustaba más colaborar en todo lo que fuese en bien del Ejercito, que criticar inútilmente los planes de los ministros.
“La tensión política, durante la temporada que estuvimos Franco y yo en Madrid, fue enorme. Las izquierdas, que no habían podido vencer en las elecciones de noviembre, seguían con su sofistica afirmación de que «la republica era solamente para los republicanos y que si a las derechas triunfantes les concedía el poder el señor Alcala Zamora, había que echar las masas a la calle para impedirlo».
“Bombas en Madrid y provincias. Descarrilamiento del expreso Barcelona-Sevilla, con más de 60 muertos; asesinato del estudiante don Matías Montero, asiduo vendedor voluntario del periódico F.E., órgano de Falange Española. Companys anunciaba, en Barcelona, la independencia de Cataluña. Todo era un verdadero caos. Franco, continuaba como de costumbre, tranquilo y sereno; no hablando jamás de la intervención del Ejército para cortar aquella anarquía. Siempre decía que solamente en circunstancias gravísimas podía justificarse la intervención de las fuerzas armadas para imponer el orden.
“(…)
“Terminados los ejercicios, me fui a Madrid, acompañando a mi primo, con el propósito de continuar viaje a Palma de Mallorca. En la capital de España me enteré de las amenazas de huelgas revolucionarias, organizadas por los partidos de izquierda, en el caso de que el presidente de la República, señor Alcalá Zamora diese entrada en el gobierno a la C.E.D.A., lo que sucedió el martes 2 de octubre. Franco tenía orden del ministro de la Guerra de no moverse de Madrid hasta que él lo dispusiera. Por todas partes no se hablaba de otra cosa que de la huelga revolucionaria. El día 5 de octubre el ministro señor Hidalgo llamó a Franco para que se le presentase en su despacho y estuviese a su lado como asesor en la sofocación del movimiento revolucionario, que según estaba anunciado estallaría al día siguiente con la huelga general en toda España. El gobierno decretó el estado de guerra a las 9 de la noche del indicado día.
“Inmediatamente nos instalamos en el Ministerio del Ejército, desde donde oíamos el tiroteo de los revolucionarios apostados en las azoteas de muchísimas casas madrileñas. Las noticias que recibíamos por teléfono, telégrafo y de enlaces con la calle no podían ser más alarmantes. Estábamos ante un momento verdaderamente crítico para el porvenir de la patria. Era un intento muy serio de las fuerzas revolucionarias para derribar la «república burguesa».
“En el Ministerio, como se sabe, el órgano técnico más importante es el Estado Mayor Central, cuyo mando ejercía el general de división don Carlos Masquelet y Lacaci, militar muy competente en el cuerpo de Ingenieros, pero poco acostumbrado al mando de tropas. Tanto él como la mayoría de los componentes de este organismo debían su destino en tan elevado centro a la amistad con el ex ministro de la Guerra señor Azaña, y no sentían simpatía por el titular de la cartera, señor Hidalgo. A la mayoría se les tenía en el Ejército por izquierdistas.
“El ministro dio pruebas de clarividencia al no fiarse de tal organismo en circunstancias políticas tan difíciles, poniendo a su lado al general Franco. De no haberlo hecho el Ejército no hubiera podido vencer a la revolución, pues las escasas fuerzas disponibles hubieran sido empleadas tardíamente y, desde luego, ni el Tercio ni los grupos de regulares hubiesen salido de la zona de nuestro Protectorado.
“Franco aceptó la difícil misión que el ministro le confiaba y rápidamente y con toda energía se dedicó de lleno a asesorar al ministro sin hacer caso de las críticas y comentarios que de seguro le habían de prodigar los militares azañistas que tenían su destino en el Palacio de Buenavista. Lo primero que hizo fue pedir al ministro de Marina que le nombrase un capitán de navío y otro de corbeta para que le asesorasen en asuntos navales. (…) Por mandato de Franco ordenamos desde la sala del gabinete telegráfico del Ministerio el movimiento de tropas, buques de guerra y mercantes, trenes, autobuses, convoyes militares y cuanto fue preciso para preparar los medios para vencer la revolución en marcha en toda España.
“(…)
“Hidalgo se hizo merecedor de la gratitud de los españoles que no pertenecían al campo revolucionario, no solamente por haber nombrado a Franco su asesor, o mejor dicho, su jefe de Estado Mayor, sino también por las atribuciones que le dio, que correspondían a la de un verdadero jefe del Estado Mayor Central. Como era lógico que sucediera, las murmuraciones, críticas y comentarios eran constantes en las distintas dependencias de dicho Estado Mayor Central. Recuerdo que en ocasión de llevarle un documento al ministro, a quien tenía orden de entregárselo personalmente, tuvo que pasar por la sala de espera de éste y por la del general subsecretario. Ambas estaban repletas de generales y jefes del ministerio, muchos de los cuales al verme se me acercaron y me dijeron, con muestras de gran disgusto, poco más o menos lo siguiente: «Su general está loco, parece mentira que se le haya ocurrido ordenar que vengan a España las tropas de Africa.» Les contesté con el debido respeto que «yo no tenía la costumbre de comentar las órdenes de mis superiores». Les recordé que en Francia y en otras naciones las fuerzas de sus colonias habían intervenido en la metrópoli en sucesos de orden público, y que muchas unidades coloniales estaban permanentemente en la metrópoli de guarnición.
“Esta anécdota prueba que en el Ministerio los militares «azañistas», que allí estaban en mayoría, criticaban las órdenes que Franco daba para sofocar la revolución que había estallado en toda España, sin tener en cuenta que si el ministro de la Guerra, señor Hidalgo, no llama a Franco al Ministerio del Ejército para que le asesorase, la huelga revolucionaria hubiese triunfado, por no bastar el ejército de la Península con sus pocas y mermadas unidades, y con escasa preparación guerrera para imponer la ley.
«(…)
“El tremendo tiroteo que se oía desde el Ministerio demostraba que los revolucionarios, además de hacer todo el daño posible a las fuerzas del gobierno, pretendían alarmar a la población ocupando azoteas y tejados, y disparando desde ellos a los transeúntes que pasaban por la calle. En la noche de este día, alrededor de las nueve, una compañía de Infantería declaró el estado de guerra en la plaza y provincia de Madrid, siendo tiroteada.
“Con el ánimo sereno y seguro de que el movimiento revolucionario sería vencido, aun cuando hubiese de costar mucha sangre, me eché vestido en la cama que tenía preparada en el gabinete telegráfico del Ministerio, separada por un biombo de la de mis restantes compañeros, y pude descansar breves horas, las indispensables para resistir la jornada durísima que se anunciaba para el siguiente día 6 de octubre.
“Las noticias que nos llegaban en la mañana de ese día 6 eran en su mayoría alarmantes, y muchas falsas que había que desmentir por la radio. Se hablaba de la ocupación por los revolucionarios del Cuartel de la Montaña, la cárcel Modelo, el Parque Móvil, la Estación de Atocha. Se decía que en Asturias el triunfo de los mineros era absoluto, noticia que se confirmó en relación con la cuenca minera. Que Bilbao y Valencia estaban dominados por los revolucionarios y muchas más de ese carácter alarmante. Como es natural, no dábamos abasto los tres jefes del gabinete de Franco para transmitir sus órdenes, copiar las recibidas Y comunicarle éstas para su conocimiento y el del ministro.
“Lerroux ordenó que el general de división López Ochoa se trasladara a Oviedo para ponerse al frente de las fuerzas que habían de combatir a los revolucionarios. Estoy seguro de que al general Franco no le agradó nada esta noticia. Todo el Ejército sabía que López Ochoa era general de ideas avanzadas. A pesar de sus ideas, procuró cumplir con su deber y por ello fue víctima de los rojos días después del 18 de julio de 1936. Lo asesinaron y le cortaron la cabeza, que pasearon por las calles de Madrid hincada en un palo.
“Al anochecer de aquel día trágico para España las noticias eran cada vez más alarmantes. Sólo la tranquilidad de ánimo de Franco, que siempre fue característica suya en los momentos de mayor dificultad, nos daba a sus leales colaboradores ese optimismo y serenidad tan necesarios en aquellos difíciles momentos. Estábamos convencidos de que la situación iba empeorando por momentos y no obstante ni la menor sombra de alarma invadía nuestro ánimo. Debo reconocer que al ministro del Ejército señor Hidalgo jamás le vi intranquilo o pesimista. Entregado al consejo de Franco, daba la sensación de una autoridad valiente, serena y que no perdía la confianza de que se había de derrotar a los rebeldes.
“Conforme pasaban las horas, después de la puesta del sol, las noticias de toda España, y en especial de Barcelona, Asturias y Madrid, eran muy inquietantes. Franco decidió de acuerdo con el ministro enviar urgentemente dos banderas de la Legión y dos tabores de regulares a la provincia de Oviedo. También mandó a Barcelona un tabor de regulares y diversas unidades del ejército peninsular. Se le notaba que no le inspiraba una confianza total el jefe de la división de Infantería, general Batet, por su indecisión para tomar medidas militares apropiadas a los graves acontecimientos que estaban desarrollándose en el territorio de su mando. No le agradaban los contactos personales y conversaciones telefónicas que mantenía con el rebelde presidente del gobierno de Cataluña, señor Companys.
“En el Palacio de Buenavista oíamos un intenso tiroteo que daba la sensación de que Jos rebeldes estaban atacando sus objetivos en Madrid. Franco me ordenó que reforzase la guardia del Ministerio y que tuvieran preparadas fuerzas de reserva para que si los revolucionarios se decidían a atacar lo impidieran a toda costa.
“No nos sorprendió la declaración de independencia de Cataluña decretada aquella noche por el presidente Companys y anunciada por la radio. Como es natural, ello aumentaba nuestra seguridad de que aquella noche había de ser crítica para la marcha de la revolución izquierdista. En la alocución de Companys se aludía a las fuerzas «monarquizantes y fascistas» que habían asaltado al poder. Es decir, a triunfar en las urnas en las últimas elecciones se llamaba asalto al poder. ¡Vaya una democracia!“Con el fin de preparar la llegada del general López Ochoa a la base aérea de León, estuvimos llamando allí repetidas veces sin recibir respuesta. Esto demostraba una resistencia pasiva y una declarada rebeldía en la mayoría de los jefes, oficiales y clases de la base. A las dos de la tarde me dijo Franco que el ministro había estado hablando con el general Batet, general jefe de Cataluña, que le aseguró que a las seis de la mañana se rendiría el gobierno de Companys. El ministro se fue a descansar y Franco permaneció despierto para estar al tanto de todo lo que pudiera ocurrir. «Dos de vosotros podéis dormir hasta la madrugada», dijo. Intenté hacerlo, pero eran tan intensas las descargas que oía hacia la Puerta del Sol unas veces y por la Estación del Mediodía otras, que parecía que se estaba preparando un ataque a fondo a nuestro Cuartel General. Sin titubear, decidí levantarme, reforzar la guardia y recorrer los sitios más vulnerables del Ministerio. Poco después de las seis de la mañana y conforme me había anunciado Franco, el general Batet comunicaba a nuestro ministro que se había rendido Companys y todo su gobierno separatista.
“Según noticias que posteriormente me dieron de Barcelona, el mando de Cataluña no estuvo muy diligente al dar las órdenes de la declaración del estado de guerra, y sí al ordenar aplazar la lucha de la rendición de la Generalidad hasta el siguiente día. Batet, según se decía en los medios militares, era un general político, siempre de ideas republicanas, conspirador en la época de la dictadura del general Primo de Rivera, teniendo demasiados amigos en los que componían el gobierno de Cataluña, región en la que había nacido.
“Desde el Ministerio y en la mañana del domingo 7, vi pasar la nutrida y entusiasta manifestación falangista presidida por José Antonio, quien ante el Ministerio de la Gobernación y con los ministros del Gobierno asomados al balcón central, pronunció las siguientes o muy parecidas palabras: «Gobierno de España. En un 7 de octubre se ganó la batalla de Lepanto que aseguró la unidad de Europa; en otro 7 de octubre nos habéis devuelto esta unidad. ¡Viva España! ¡Viva la unidad nacional!»
“Después de este éxito de Cataluña que, como es natural, me llenó de alegría, aún nos quedaba por resolver la tremenda papeleta de la sublevación de la cuenca minera de Asturias, en donde más de treinta mil mineros, bien armados y expertos en el manejo de la dinamita y de toda clase de explosivos, avanzaban con la intención de ocupar toda la región asturiana y las provincias de León y Palencia, para luego caer sobre Castilla y Madrid. Se trataba de un serio movimiento socialista-comunista, bien dirigido y con elevadísima moral por parte de las masas revolucionarias. En tan difícil situación Franco se acuerda de su compañero de promoción y de las campañas africanas, teniente coronel Juanito Yagüe, como así le llamábamos sus buenos amigos, y habla con él en San Leonardo (Soria), donde en su finca particular se encontraba con licencia. Le ofrece el mando de las fuerzas de África, que están llegando a Asturias, y para que su incorporación pueda hacerla con la mayor rapidez, le pone en León, a su disposición, un autogiro para que pueda aterrizar en la playa de Gijón y así, con toda urgencia, tomar el mando que se le asigna.
“De Gerona nos comunicaron la muerte del comandante de Estado Mayor don Rafael Domínguez Otero, en lucha contra los rebeldes separatistas. Esta noticia nos da la impresión de que la rebeldía no estaba todavía vencida en aquella región. En la tarde de aquel inolvidable domingo, las noticias que recibíamos de Asturias eran cada vez más alarmantes. El avance de los mineros, venciendo la resistencia de nuestras fuerzas en toda la región, era constante. La columna del general Bosch que Franco ordenó saliera de León, estaba cercada e incomunicada en Campomanes y batida por los insurrectos que dominaban el pueblo. López Ochoa realiza una marcha llena de dificultades para llegar a Asturias por no disponer de gasolina, que fue retirada por los rebeldes de los surtidores instalados en las carreteras que tenían que recorrer.
“El día 11, tuvimos la agradable noticia de la llegada a las cercanías de Oviedo de la columna del teniente coronel Yagüe, que se unió a la de López Ochoa. También nos enteramos que se recuperó la fábrica de armas de dicha ciudad. No me sorprendió enterarme de que el general y el jefe anteriormente citad~s no estaban en buena armonía. Tenían ideas antagónicas en religión, política y militares. A López Ochoa le nombró para ir a Asturias el señor Lerroux, tal vez con el aplauso del señor Alcalá Zamora. A Yagüe le designó Franco con la aprobación del ministro del Ejército señor Hidalgo. Dicho general era sumamente izquierdista y Yagüe tenía arraigadas ideas religiosas. López Ochoa parlamentó con Belarmino Tomás, líder socialista, y aceptó la imposición de que las fuerzas del Tercio y regulares irían a retaguardia de las columnas que habían de hacer la entrada en las cuencas mineras. De nada le valieron todas estas claudicaciones, ya que su cabeza fue exhibida por las calles de Madrid, encajada en un palo, por los rojos, a los pocos días de estallar el Movimiento Nacional.
“A pesar del avance de todas las columnas que habían operado en Asturias, Yagüe ordenó que otra de fuerzas navarras, que ya había entrado en Bilbao al mando del general Solchaga, saliese para esta región. Otra al mando del coronel Balmes ocupó la zona minera con escasa resistencia. En Bilbao hubo que relevar al jefe de la plaza y de media brigada de cazadores, muy izquierdistas, sustituyéndole por el teniente coronel don Joaquín Ortiz de Zárate, de la más absoluta confianza de Franco.
“(…)
“En el Ministerio no recibimos de otros compañeros la menor muestra de gratitud, sino que se nos miraba con indiferencia, dando la sensación que se deseaba que nos fuéramos de una vez.
“Al ministro señor Hidalgo, de una fe sin límites en el general Franco Bahamonde, no le importaba nada de que se pudiese criticar su resolución de haberlo utilizado en tal difícil circunstancia, sin tener aquél destino en el Ministerio.
“El 19 de octubre nuestras tropas terminaron de ocupar las cuencas mineras, y el 22 dimos fin a nuestra misión accidental en el Ministerio de la Guerra. Diecisiete días estuvimos sin movernos de dicho centro, resistiendo nuestro cansancio físico y, sobre todo, el sueño, que tan difícil nos era vencer. Teníamos que hacernos dignos de la confianza que Franco puso en nosotros, y creo que lo conseguimos.
“El 24 de dicho mes, acompañando al ministro del Ejército y a Franco, visité la cuenca minera de Asturias. El viaje lo consideré sumamente interesante, ya que conocía muy bien Asturias y dicha cuenca y ello me permitía darme mejor cuenta de todos los desmanes provocados por los marxistas y poder examinar en el propio terreno los enormes desperfectos que las masas revolucionarias habían realizado. Al propio tiempo pude juzgar la actuación de nuestras tropas, que se batieron con todo heroísmo. La visita a Oviedo me causó enorme pena ante los terribles daños causados por los mineros de las diferentes cuencas. En Oviedo nos alojamos en el Banco Herrero, el mismo que habían ocupado los mandamás marxistas. Salieron ellos y entramos nosotros. Ni el menor desperfecto había en las instalaciones impecables. En cambio Oviedo había sido destruido con gran ferocidad.
“Regresamos a Madrid a fines de octubre, donde permanecí por continuar con Franco a las órdenes del ministro, hasta febrero de 1935, cuando fue destinado para el mando de las fuerzas militares de Marruecos”.
Mi vida junto a Franco, extracto de las páginas 113 a 121.
Como ustedes saben, o deben saber, al poco Franco fue designado Jefe del Estado Mayor de la República, cargo en que continuó defendiéndola, hasta el gobierno de Azaña de febrero de 1936:
“Por las mañanas iba a tomar el aperitivo en cualquier conocido bar, y por las tardes, cuando no hacía vida de familia, se reunía en el bar de la «Gran Peña», con antiguos compañeros suyos y con su íntimo, el comandante de Artillería Eduardo Arias Salgado. Algunas tardes asistía a las reuniones en casa de don Natalio Rivas, en las que mi primo se encontraba «como pez en el agua». Por fin, el 17 de mayo el ministro del Ejército le confiere el cargo de jefe del Estado Mayor Central y yo continué de ayudante suyo”.
Lean el libro. Se llevarán muchas sorpresas sobre Franco. No fue como lo pintan. Tampoco la Historia fue como se la han contado.