Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, Las transiciones de UCD. Triunfo y desbandada del centrismo (1978-1983), Madrid, Galaxia Gutemberg, 2020.
Juan Antonio Ortega, al que conozco bastante bien, aunque no íntimamente, es, a fe mía, un hombre cabal.
Para confirmarlo no hace falta mi testimonio porque sus obras están ahí. Sus trabajos primeros, los de su siembra, fueron contados en su Memorial de Transiciones, del que ya hice reseña en este mismo blog.
Sus trabajos segundos los cuenta en Las transiciones de UCD, el libro que voy a glosar. Pero es sobre todo su vida personal posterior, los trabajos que ha vivido alejado de la política, los que lo consagran entre los mejores de este mundo: A Man For Eternity, un hombre cabal.
El libro se divide en VII capítulos y he empezado a leerlo por lo que más me interesaba, el final, la muerte de UCD. He percibido en él mucho dolor antiguo, superado y supurado, pero no olvidado. Tarda mucho en curar el dolor de la traición. El dolor de la deslealtad. El dolor por ver como quienes debían fidelidad al proyecto político que les había encumbrado y convertido en lo que eran, transfugaban a otras iniciativas en busca de medro personal. Un medro que nunca llegó.
Los cambios de chaqueta son enjuiciados al por menor. Juan Antonio no valora qué pasó en general en UCD. Valora a cada uno de los protagonistas, y a muchos figurantes, según sus obras. Pasan por estrechos cedazos que destrozan las pésimas e interesadas excusas que los renegados han venido ofreciendo en sus propios libros de memorias. No hace Juan Antonio juicios inmisericordes pero tampoco otorga absoluciones colectivas ni indulta a nadie. Sus reflexiones son sentidas y objetivas. Irónicas más bien que airadas, no por ello menos fuertes. Miguel Herrero de Miñón, Francisco Fernández Ordóñez y Rodolfo Martín Villa son retratados con cámara de altísima resolución y memoria bien documentada. El video reporta las obras consumadas, las fechas incontestables, las fechorías incontrovertidas, las conversaciones reservadas y las deserciones indisimuladas, que cada uno de los tres intentó cubrir con el manto de la ineluctabilidad, pero que no eran huida sino búsqueda del propio interés a costa de su propio pasado.
Estos son los grandes nombres, pero en el libro no queda nadie sin valoración. Por la crónica de la defección desfilan, cada uno con su pequeño cuento, Jaime Mayor Oreja, Alberto Oliart Saussol, Marcelino Oreja Aguirre, Rafael Arias-Salgado, Fernando Abril Martorell, Oscar Alzaga Villaamil, Soledad Becerril, Rafael Calvo Ortega, José Luis Álvarez, Gabriel Cisneros Laborda, José Manuel Otero Novas… y muchos más personajes menores, que en su día se creyeron importantes, que hoy sólo los de mi generación recuerdan, y que tuvieron una indudable importancia… para destrozar el proyecto de UCD. Se la cargaron ellos, los pequeños y los grandes. Para Juan Antonio la decepción es particularmente sentida respecto de Adolfo Suárez:
A nosotros nos hundió la desbandada general. No en particular la fuga de Miguel Herrero ni de Ricardo de la Cierva, cuya genialidad −de uno y otro− generaba en miembros antiguos de AP más aprensión, inquietud o recelo que euforia por tenerlos dentro. Nos dañó algo, sin duda, la espantada de Alzaga y su PDP, tampoco gran cosa. Apenas se notó la de Paco Ordónez.
Lo que nos hizo verdadera pupa, enorme pupa, fue la deserción de Suárez, esa sí; porque no se comprendía a UCD sin Suárez, ni a la inversa, como mostró el magro resultado del CDS en toda España, sólo dos diputados. La división UCD-CDS resultó mortífera para ambos, que de haber ido juntos −ahora sí− hubieran incrementado el número total de diputados en las grandes circunscripciones, sumando restos o votos estériles. Fue una separación estúpida. Suárez tardó en entender que él sin UCD, había quedado fuera de concurso, tanto como Fraga en tomar conciencia de su techo electoral, que le impidió per omnia saecula, o sea, para los restos, presidir el Gobierno.
Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, Las transiciones de UCD. Triunfo y desbandada del centrismo (1978-1983), Madrid, Galaxia Gutemberg, 2020, página 367.
Como dije en mi reseña sobre Memorial de Transiciones, Juan Antonio es un sublime catador de personas. De nuevo aquí lo borda. La transición, vista por el mejor retratista de almas que conozco, disecciona el mundo interior de cada individuo que contempla su mirada filtrante. Recomiendo en especial el juicio que hace, no una vez sino a lo largo de todo el libro, de Adolfo Suárez, de Leopoldo Calvo-Sotelo, de Jesús Haddad Blanco y de Arnaldo Otegui. Tampoco tienen pérdida sus opiniones sobre Gregorio Peces-Barba, José Pedro Pérez-Llorca, Agustín Rodríguez Sahagún, Enrique Sánchez de León, Jesús Sancho Rof, Elías Yanes y Vicente Enrique y Tarancón. Salen especialmente mal parados Carmen Alvear y Federico Mayor Zaragoza.
Por muchas razones, el juicio más favorable, pero también el menos ecuánime de Juan Antonio, es el que hace de Landelino Lavilla Alsina. Como he dicho, Juan Antonio es un hombre leal y se quedó en el barco de UCD cuando éste se hundía. Navegó sabiendo que el barco se iba a pique, pero era lo que tocaba. En ese barco el que emuló al Almirante Cervera fue Landelino, un hombre de cuyas cualidades intelectuales y personales nadie que le haya conocido puede dudar. Un amigo al que Juan Antonio admira hasta el punto de dedicar el libro a su memoria (Landelino murió el 13 de abril de este annus pandemiae primum) y lo que es más: de entregarle la portada.
La foto de portada merece su propio comentario. Es la foto de la lealtad. De la amistad. Juan Antonio y Landelino juntos y trabajando. En los últimos tiempos de UCD todo el mundo quería ser Suárez, menos Suárez, que quería ser Landelino. Eso Juan Antonio no lo dice. Pero ya lo digo yo. Ese fue el drama de UCD y el drama personal de casi todos los que se marcharon. La historia de cómo Landelino acabó de Presidente de UCD contra su voluntad está perfectamente referida, con lupa y agenda.
Si la historia del segundo hara-kiri (el primero fue para que gobernara UCD, el segundo para entregar la Constitución a la izquierda) es brillante, no lo son menos los capítulos I a VI.
Para un costumbrista o un historiador, el capítulo I (“Transiciones en la Sociedad y en la Política”) es de lectura obligada. Si alguien no supiera nada de nada acerca de cómo era la política española en 1978 y quisiera introducirse en ese mundo, yo le recomendaría que comenzara sus lecturas por este capítulo. Ahí está todo.
Pero si el que quisiera conocer la transición por dentro fuera un jurista, le recomendaría el Capítulo II (“Transiciones en el Derecho. Leyes para la Democracia”). Yo oí hablar por primera vez de Juan Antonio −él no lo sabe− cuando apareció, con barba, en la pantalla de la televisión. Era 1979 y no había más que dos cadenas de televisión, y la Segunda Cadena no llegaba a todo el territorio. Yo estaba en un bar en Santiago de Compostela. Salió por la Uno el Secretario de Estado para el Desarrollo Constitucional, recién nombrado, exponiendo su programa. Era Juan Antonio. Me pude morir de envidia. Yo entonces estudiaba el cuarto curso de Derecho y estaba entusiasmado con el desarrollo constitucional, que nos explicaba, al ritmo que se producía, José Luis Meilán Gil, que era mi Catedrático. O más bien, José María de Frutos e Isabel, porque Meilán estaba casi siempre en Madrid. Si me hubieran dado a escoger un caramelo para dedicarme a la Política, sin duda habría escogido ese bombón. Quien se lo comió fue Juan Antonio, y en el libro se nota. Es imposible comprender cuánto disfrutó con su trabajo si no se está en la lógica de los Letrados del Consejo de Estado. Yo por entonces estudiaba con tres programas de oposiciones y tres escalafones en el cajón derecho de mi mesa. Uno era el del Consejo de Estado. Seguí su tarea día a día, BOE a BOE. La lista de sus trabajos está en la página 66 y es brillante, no sólo entonces, sino incluso hoy:
- Ley Orgánica 1/1979, de 26 de septiembre, General Penitenciaria (en vigor).
- Ley Orgánica 2/1979, de 3 de octubre, del Tribunal Constitucional (en vigor);
- Ley Orgánica 1/1980, de 10 de enero, del Consejo General del Poder Judicial (derogada por el PSOE en 1985).
- Ley Orgánica 2/1980, de 18 de enero, sobre regulación de las distintas modalidades de referéndum (en vigor).
- Ley Orgánica 3/1980, de 22 de abril, del Consejo de Estado (en vigor).
- Ley Orgánica 7/1980, de 5 de julio, de Libertad Religiosa (en vigor)
- Ley Orgánica 3/1981, de 6 de abril, del Defensor del Pueblo (en vigor).
- Ley Orgánica 1/1982, de 5 de mayo, de protección civil del derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen (en vigor).
- Ley Orgánica 2/1982, de 12 de mayo, del Tribunal de Cuentas (en vigor).
Juan Antonio se vio forzado a dejar de ser el artífice del armazón jurídico de la Constitución, primero como Secretario de Estado, luego como Ministro, para pasar a ser… Ministro de Educación. Aquí el libro cambia. Como cambió su vida.
Juan Antonio sirvió a UCD en lo que le pidieron, primero Suárez y luego Calvo-Sotelo: tapar el doble hueco que habían dejado Otero Novas y González Seara. Y tuvo un problema: quiso hacer algo. En España para la derecha los buenos ministros de educación han sido los que han dormitado en el Ministerio, limitándose a administrarlo, como por ejemplo Mariano Rajoy o Esperanza Aguirre. La derecha no tiene interés por la educación pública. Tiene interés por la educación privada. Por eso la educación privada funciona al mejor nivel del mundo, en manos de privados. Pero la derecha no quiere educar ni financiar la educación pública. Juan Antonio es de izquierdas y quiso hacer algo. No el cheque escolar, sino un cheque para la escuela. Le fue imposible. No había presupuesto. No había interés. Les recomiendo la lectura de cómo fue su sustitución en el Ministerio, porque el proceso fue lento. La reflexión que me hago sobre la historia personal de mi amigo es sencilla: desde antiguo el pacto educativo tácito consiste en que la izquierda deja en paz la educación privada y la derecha deja a la izquierda que gobierne la educación pública. En medio estaban los Obispos, los Religiosos y los conciertos. Desde la ley Celaá, ni eso.
Al libro le sobran unas páginas sobre la filosofía identitaria (“la identidad colectiva como adoración del nosotros”) pero explica muy bien los nacionalismos de época. Eso sí que es historia antigua. A día de hoy, como también dije en mi anterior reseña, ha quedado demostrado que el gran error de la Constitución fue el Título VIII.
Juan Antonio fue leal a UCD. Y lo es a sus lectores. Les recomiendo la lectura de este libro.