Juan Antonio ORTEGA DÍAZ-AMBRONA “Memorial de transiciones (1939-1978). La generación de 1978”, Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2015.

Me resulta extraordinariamente difícil hacer una reseña mínimamente objetiva del libro de mi amigo Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona “Memorial de transiciones (1939-1978). La generación de 1978”. La causa es que, por razones profesionales, conozco muy bien a Juan Antonio, que ha sido mi jefe durante muchos años en el Consejo de Estado. Así que, antes de hacer la recensión de su libro, diré alguna cosa sobre él, para que luego se comprenda mejor lo que voy a decir sobre el libro.

Juan Antonio es un prodigio de voluntad. Siempre que trabajaba con él –hace algún tiempo que está jubilado− me venía a la cabeza aquel punto de “Camino” en el que San Josemaría Escrivá de Balaguer dice “Voluntad. Energía. Ejemplo. Lo que hay que hacer se hace, sin vacilar, sin miramientos”. No creo que Juan Antonio siquiera conozca ese “punto” de “Camino” pero es un hombre de una voluntad de hierro. Nunca deja nada para mañana. Se esfuerza en los detalles con un coraje al por menor que es característico de su personalidad. Tiene siempre la mesa limpia de papeles, porque los despacha todos enseguida. Y además siempre está de buen humor. Podría pensarse que una persona con una voluntad tan férrea debería tener un carácter difícil. Pues no es así. Con Juan Antonio da gusto trabajar. Siempre tiene un chiste, o una anécdota, o un dicho, o un ritmo, o un verso, o un ripio, que vienen al caso en la conversación.

Y todo eso se nota en el libro. Es como si Juan Antonio estuviera hablando. Para entender esto hay que comprender otra cosa: Juan Antonio escribe, pero cuando ha terminado de escribir siempre repasa en voz alta todo lo que ha escrito. Por ejemplo: en el Consejo de Estado todo el mundo presenta sus dictámenes en la Sección y los ofrece ya escritos para su lectura. Pero no los lee en voz alta, sino que el autor del dictamen parte de la base de que los demás concurrentes a la reunión ya han entendido lo que dice el papel, que ha sido repartido antes de la sesión. El texto que se ofrece para la aprobación de la Sección se supone que ya ha sido leído. Juan Antonio no: mientras él fue Letrado Mayor de la Sección Quinta, y esto fue durante muchos años, para el despacho de los asuntos me hizo leer en voz alta todos y cada uno de los dictámenes que presenté a la Sección. Y esto por dos motivos: el primero, porque así lo exige el Reglamento. En efecto, Reglamento orgánico del Consejo de Estado exige que los dictámenes presentados para su aprobación a la Sección sean leídos en voz alta. Y en segundo lugar, porque al leer los textos en voz alta éstos siempre mejoran: se eliminan cacofonías, las comas se ponen solas en su sitio y desaparecen las erratas. No basta con una lectura interior. Se trata de leer en voz alta. Constituye todo un esfuerzo de voluntad dar ese último repaso. Juan Antonio siempre lo exigía. Cuando uno cree que ha terminado, llega Juan Antonio y en la lectura en voz alta encuentra los defectos conceptuales, legales, terminológicos y de paso tipográficos. Y todo eso es a base de ese esfuerzo final por la lectura del texto. Un texto escrito por Juan Antonio resulta siempre bien cuando es leído en voz alta, porque antes ha sido pronunciado, no una sino varias veces, por él mismo. Así que los que le conocemos, cuando hemos leído estas sus Memorias, nos encontramos con que suena fuerte la voz de Juan Antonio. Así por lo menos me parece a mí: este libro, además de escrito, está “hablado” o −si se quiere− “conferenciado”. Porque su texto –tengo certeza moral, aunque no he hablado con él sobre la cuestión− ha sido leído por Juan Antonio varias veces en voz alta.

El libro es fantástico desde el punto de vista del rigor histórico. En su contenido material es también un reflejo de la voluntad de hierro de la que venía hablando. Hay debajo de cada línea, de cada afirmación, un rigor que no se encontrará mejor en ningún historiador que recopile datos sobre la transición. Ciertamente estamos ante unas Memorias, o –como el autor quiere− ante un “memorial”. Pero la memoria que usa Juan Antonio para escribir viene apoyada por su propia documentación, que está debajo del libro; por innumerables lecturas; por las Memorias publicadas por otros; por hemerotecas sin cuento consultadas sin mirar el reloj; por el trabajo de otros (pienso en Jorge Tarlea, al que él mismo cita); por conversaciones directas con protagonistas del momento y siempre −aquí entra de nuevo la voluntad férrea de Juan Antonio− por innumerables chequeos y comprobaciones de todo lo que dice. Resultará difícil encontrar algún error de fechas o de personas. Yo sólo he encontrado uno. Y todavía no estoy seguro de si el equivocado soy yo. Tendré que hablar con él.

Con este panorama, tengo que confesar que he disfrutado buscando erratas. No porque haya muchas, pues en un libro de 736 páginas apenas hay alguna, sino porque durante los años de trabajo en la Sección Quinta en el Consejo de Estado los que me he referido, Juan Antonio me torturó tanto en la presentación de dictámenes inmaculados que ahora, cuando me ha tocado a mí encontrar erratas en su libro me ha producido un placer especial: “le pillé”.

Juan Antonio ha ocupado cargos en el gobierno de España, durante bastantes años, en un pasado ya remoto. Y tiene una historia política y personal muy relevante. Sin embargo a mí me parece que, andando el tiempo, y a medida que vayan pasando todavía más años, será más conocido por este libro que por su obra como político, como maestro, o como jurista. Ha escrito una historia fenomenológica –vivida− de la transición hasta el momento de la entrada en vigor de la Constitución, que durará como libro de referencia durante muchos años.

El libro está fantásticamente escrito desde el punto de vista literario. No sólo por el estilo al escribir, que es brillante, en el léxico y en la sintaxis. Sobre todo por la mente que está detrás. Lo que más me ha gustado del libro es −y es algo muy característico del carácter de Juan Antonio− la mezcla ordenada entre el costumbrismo, la ley, la historia política y su propia historia personal y familiar. Cuando leo Memorias de otras personas, y he leído cientos, que colecciono, invariablemente la parte en la que más disfruto es aquella en la que el autor rememora su formación, no aquella en la que justifica sus obras. En este libro de Juan Antonio la descripción de su formación, de su familia y de la España de su tiempo es sencillamente deliciosa, considerada como pieza de literatura.

 Juan Antonio es un increíble calibrador de personas. Siempre ha tenido, y demuestra en el libro, una inconcebible capacidad para describir caracteres. Pues bien, por una razón o por otra, he tenido también la oportunidad de conocer a muchísimas de las personas que Juan Antonio calibra en su libro. A fe mía que Juan Antonio “clava” el carácter de los personajes que describe. Todo cuanto dice del talante o modo de ser de cualquier persona, sin excepción, es exacto. Y además no es cruel: Juan Antonio nunca emite juicios negativos. No sólo en el libro: tampoco en la vida real. Nunca le he oído decir de nadie: “ese es un tal o un cual”. Nunca. Juan Antonio −que podría ser atroz en sus juicios, porque le sobra agudeza− nunca es cruel. Se queda siempre en el juicio objetivo pero benévolo. Es severo, pero antes consigo mismo. Con los demás, con los que podría ser muy duro, es riguroso hasta donde antes lo ha sido consigo mismo. Repito que esto es algo que puedo asegurar por mi experiencia personal en mi trato con él.

Juan Antonio explica muy bien, de modo muy vital, de modo muy fenomenológico, de modo “vivido”, la transición de la Derecha. Muy en especial, la transición de la llamada “Democracia Cristiana”. Y mucho más todavía la transición de algunos personajes que fueron “chaqueteros”, como entonces se decía, aunque él no usa esta palabra en todo el libro. No cuenta igual de bien la transición de la Izquierda. Precisamente porque el libro es muy sincero. La transición de la Izquierda, en el libro de Juan Antonio, está perfectamente documentada y perfectamente descrita. Pero no está vivida. Y por eso Juan Antonio la cuenta de otra manera. Se nota.

Su libro tiene mal puesto el título. El correcto debería ser “Autorretrato”. Juan Antonio hace un retrato de la época. Hace un retrato de muchas personas. Hace un retrato de muchos eventos históricos. Hace un retrato de muchas costumbres del momento. Hace un retrato de la transición. Hace un retrato de muchas pequeñas transiciones. Pero sobre todo hace un retrato de sí mismo. Es un autorretrato. Juan Antonio se ofrece él mismo de modo transparente a los lectores. Lo que hay en el libro es lo que antes hubo en conversaciones informales, lo que él siempre ha manifestado entre sus amigos.

El libro –Juan Antonio− está lleno de ironías. Tantas, que estamos ante un reto para historiadores. Creo que un gran ejercicio para los que se acerquen a la transición dentro de uno o dos siglos, y quieran comentar nuestra época, será glosar, con notas, la sabiduría costumbrista tácita que hay en el libro. En cada párrafo hay una o más observaciones agudas que están debajo del texto, que no se hacen explícitas porque “a buen entendedor sobran palabras”, que eran tonos característicos de la época y son expresiones muy conocidas por los lectores de esa edad. Pero en el futuro deberán ser objeto de glosa. Porque nosotros, los de esta época, los que hemos conocido el momento y las expresiones más comunes en esos años, estamos en condiciones de comprender por qué Juan Antonio se expresa de una u otra manera, o usa específicamente esta o aquélla palabra. Pero los que vengan detrás demostrarán mucha sabiduría histórica si son capaces de glosar las líneas del libro de Juan Antonio vinculándolas con su verdadero significado histórico. No es la transición explicada para principiantes, sino para expertos. Tácito no lo hizo mejor.

No quiero que nadie piense que esto es una crítica hecha de un amigo para un amigo, y que no tengo nada que decir que resulte menos halagador. En efecto, hay cosas con las que no estoy de acuerdo.

Juan Antonio es uno de los “sacerdotes de la transición” y la idolatra como fenómeno en sí mismo considerado. Él mismo utiliza expresiones sacrificiales para referirse a Gil Robles (padre) y a Ruiz-Giménez (Cortés). Mi discrepancia fundamental con Juan Antonio es que él a la transición no le pone apellido, y yo sí. El idolatra la transición como fenómeno, y por tanto no le importa que haya sido la transición al socialismo. A mí sí me importa que la transición haya sido un proceso sin meta. La nuestra no fue una transición hacia una España mejor. La transición nos ha llevado al socialismo y al nacionalismo, no a la libertad política que nos merecemos. 35 años de “transición” y a día de hoy todavía estamos sin listas abiertas. La transición nos ha llevado del Estado Nacional al Estado de Partidos (socialistas). La realidad lo demuestra: primero el PSOE y luego el PP han generado o un socialismo ideológico (el PSOE) o un “socialismo presupuestario” (socialismo “light” y de derechas pero al final pérdida de libertad política y pago de más impuestos). Esa es la transición real. Esa es la transición que idolatra Juan Antonio y tanta gente más, porque se quedan en el fenómeno y no valoran el resultado. Yo no estoy de acuerdo con que haya sido una transición bien hecha. La derecha española ha desaparecido. El liberalismo español ha desaparecido. El “hara-kiri” no fue sólo el fin de las Cortes orgánicas. Fue el fin de la derecha española. El Estado de Partidos necesita desde hace años convertirse en el Estado del Ciudadano.

Tampoco estoy de acuerdo con la benevolencia que Juan Antonio demuestra respecto de los nacionalismos. Juan Antonio no atribuye suficiente importancia los terribles efectos que la transición ha producido para la unidad de España. España, después de la transición, carece de unidad. Y da un tremendo protagonismo a los partidos nacionalistas, muy por encima de su representación política en el contexto general.

Me resulta imposible compartir la actitud mental de Juan Antonio respecto del franquismo. Debajo del libro de Juan Antonio hay un juicio muy negativo en la etapa de gobierno de Francisco Franco Bahamonde. A mí me parece un error de Juan Antonio. El franquismo en España sin duda tuvo elementos negativos. Pero el balance global es extraordinariamente positivo. Atención al adverbio: “extraordinariamente” positivo, para España y para Europa. Sin Franco, España habría sido muy distinta, siempre para peor, en manos de comunistas. Europa habría sido muy distinta, siempre en manos de Stalin. La guerra mundial no habría sido igual: la URSS habría podido “pinzar” y dominar Europa. No habría habido Comunidad Económica Europea. No habría habido OTAN. No habría habido Occidente: sólo los Estados Unidos habrían sido un Estado libre. Juan Antonio minusvalora todo esto.

El libro prescinde casi por completo del contexto internacional de la transición. Para Juan Antonio –a pesar de que es un hombre muy viajado, y mucho más para su tiempo− la transición política fue básicamente un fenómeno interno español. Se refiere muy pocas veces, o por lo menos no las suficientes, a la intervención internacional. Pero para entender la transición no se puede prescindir del contexto en el que España se movía: una España que no estaba integrada en la Unión Europea; que no pertenecía a la OTAN; en la que no estaba claro de cuál de los dos bloques entonces quería formar parte (el PSOE era contrario a la entrada de España en la OTAN, UCD todo lo contrario). La transición se produce en medio de la Guerra Fría. La transición se produce cuando en la Unión Soviética gobierna Brezhnev. La transición se produce cuando en Inglaterra gobierna el laborista Callaghan (todavía no Thatcher). La transición se produce cuando en Alemania gobierna el socialista Helmut Schmidt (todavía no Helmut Kohl). La transición se produce cuando en Estados Unidos el presidente es el demócrata Carter (todavía no Ronald Reagan). La transición se produce en un mundo de izquierdas. El contexto internacional fue muy importante.

El libro termina en 1978, con la aprobación de la Constitución. Pero yo no estoy de acuerdo con que la transición termine con la Constitución. La transición terminó cuando el PSOE empezó a aprobar sus leyes orgánicas y éstas fueron aceptadas por el Pueblo. Y esto es el periodo 1983 – 1985. Es difícil señalar un momento concreto pero es seguro que la transición no puede quedar limitada a sus aspectos legales. Hay que encuadrarla en los aspectos reales. Y estos aspectos reales incluirán necesariamente hitos post-constitucionales como el golpe de Estado de Tejero (1981); la adhesión al tratado de la OTAN (1981); el hundimiento de UCD (1982) y el referéndum OTAN (1986). Por lo menos. La Constitución no fue bastante. Se necesitaba algo más: ejecutar el pacto entre la Monarquía y la Izquierda, algo que sólo se consumó con la entrada del PSOE en el gobierno. La transición no terminó con la Constitución. La constitución fue ciertamente un hito claro. Pero no el final.

Termino diciendo otra vez que el libro es fantástico. Recomiendo vivamente a todo el mundo que lo lea, porque está excepcionalmente bien escrito, pinta muy bien su época y es extraordinariamente pedagógico. Creo que es un libro para la Historia, que no sólo hay que tener en los anaqueles: es un libro que hay que leer con mucha atención y dispuestos siempre a aprender del autor y a rememorar con él épocas pasadas. Gracias, Juan Antonio. Ahora, tienes que seguir. No es verdad que “segundas partes nunca fueron buenas”. En valorar lo que queda –la transición después de la Constitución− y contarnos lo que hiciste, puedes hacerlo todavía mejor. Aunque te parezca imposible.

Acerca de Íñigo Coello de Portugal Martínez del Peral

Íñigo Coello de Portugal Martínez del Peral está casado y tiene cuatro hijos. Se licenció en Derecho (Universidad de Santiago de Compostela, 1981) y en Sagrada Teología (Universidad de Navarra, 1984) y más tarde obtuvo el grado de Doctor en Sagrada Teología (Universidad de Navarra, 1985) y en Derecho (Universidad de Navarra, 1986). En 1989 ganó las oposiciones de Abogado del Estado y de Letrado del Consejo de Estado. Desde 1993 se dedica a la abogacía de negocios. Es Académico correspondiente de Jurisprudencia y Legislación desde 1991. Es Letrado Mayor del Consejo de Estado desde 2009. Ha fundado la red COELLO DE PORTUGAL ABOGADOS. Escribió en el diario económico EXPANSIÓN desde 1991 hasta 2011.

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