Hablar con José Bono es peligroso. Contarle a José Bono cualquier cosa picante o secreta es muy peligroso. No porque lleve una grabadora encima, que no la lleva, sino porque todos los días, durante muchos años, cuando ha vuelto a su casa, antes de acostarse, con una disciplina inflexible, ha rememorado las conversaciones del día y ha tomado nota, dejando constancia por escrito de lo que le han contado. Bueno o malo. Y de sus impresiones del interlocutor. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que andando el tiempo va y lo publica. Y no de cualquier manera, sino de forma elaborada y cuidadosa. Y más todavía: lo que sobra de sus elaboradas notas sobre las indiscreciones recibidas, las custodia y las va a donar al Archivo Histórico Nacional. Así que ya lo saben: cuando hablen con José Bono es como si estuvieran hablando con una grabadora, y pueden dar por descontado que si lo que cuentan es interesante, antes o después lo encontrarán publicado, con el consiguiente crédito o descrédito para usted, en función de lo que en cada caso hayan contado. Bono tiene mucho peligro. El título del libro está mal puesto. Es “Les voy a contar”. Debería ser “Lo voy a contar”.
Eso hace que sus memorias sean muy interesantes. Constituyen un cúmulo de indiscreciones para las que en ninguno de los casos referidos (y son cientos de conversaciones secretas reveladas) haya constancia del permiso del interlocutor para publicar lo hablado. Bono es, por lo que se ve, muy chismoso, y todos sus chismes salen a relucir. Uno bueno, de la reina Sofía (página 116): “ustedes pierden y a los cuatro años ganan y vuelven, pero a nosotros cuando nos echan no es por cuatro años, y el exilio es muy duro: yo tuve veintiuna residencias distintas en un solo año: Alejandría, Sudáfrica, Kenia…”.
No sólo es chismoso sino que es un gran analista de personas. Al hilo de sus interlocuciones aparecen sus valoraciones y éstas son francamente buenas. Muy acertadas. Sus juicios sobre las personas no dejan nada que desear porque no son más peyorativos que los propios hechos o conversaciones que cuenta, que hablan por sí mismos.
El efecto de la acumulación de historietas es una pequeña pero muy valiosa intrahistoria del socialismo español. No es nada costumbrista. Ni son impresiones. Son conversaciones, una detrás de otra, alguna memorable.
Bono sabe tratar a la gente. La quiere a su manera. Su carácter, que no es malo por lo que parece, es benévolo. Como todo el mundo, es benévolo consigo mismo. No se juzga. Pero ustedes lo pueden juzgar muy bien porque en verdad se retrata a lo largo del libro. Es inevitable en unas memorias.
Su lucha incansable por Castilla La Mancha, esa entidad geográfica que era una entidad política inexistente y ha adquirido carta de naturaleza con la destrucción de España operada lentamente por la Constitución, es encomiable. Millones de kilómetros recorridos de pueblo en pueblo para ganar en cada caso un puñado de votos le han valido un mérito importante.
Es más que curiosa la afición de Bono por los obispos y en general por el mundo clerical. Con una sinceridad pasmosa cuenta su vocación sacerdotal, y con la misma sinceridad explica cómo las lecturas primero de Feuerbach y luego de Marx, no menos que las malas compañías ideológicas, la frustraron, convirtiéndole en un activista laico. Pero no parece que ese cambio ideológico haya eliminado para nada una especial sensibilidad para tratar con la jerarquía católica. Ni mucho menos esa fe a su manera, patente por ejemplo en su relato de la visita que hizo a Israel. O en los conflictos con unos obispos y trato continuo con otros. Una buena indiscreción a este propósito. José María Martín Patino le contó esto a Bono (página 67): Tarancón fue a ver a Juan Pablo II recién elegido Papa y éste le dijo «que le hacía responsable de haber contribuido a la aprobación de una Constitución en España que era laica y de haber facilitado que uno de los pilares (España, junto con Polonia) del cristianismo en Europa se hubiese deteriorado».
Quizá en su condición cristiana haya una importante clave para comprenderle, aunque él se empeña en no entender que el socialismo no admite a ningún cristiano. Sólo los utilizan. Bono fue, y el libro lo refleja, un baluarte del partido socialista durante muchos años, hasta el punto de que la década de los 90 no se puede comprender el PSOE prescindiendo de su figura, por su importancia EN Castilla La Mancha. Pero no le dejaron progresar a Madrid. Bono estuvo dos veces a punto de ser el candidato socialista a la Presidencia del Gobierno. Una en 2000. Pero no fue así: siguió Almunia como candidato (y así le fue al PSOE: Aznar renovó con una mayoría absoluta que no se la esperaba nadie). La segunda fue más tarde, cuando compitió con Zapatero. Pero eso debe estar en el volumen 2 de las indiscreciones. En este sólo cuenta el primero. ¿Y por qué no lo fue? Él no lo dice. Pero yo lo intuyo, y sólo por eso lo digo: Bono tiene fe. La fe católica. Se nota en este libro. Una fe que influye decisivamente en su vida y en sus obras. Generando esa solidaridad laica socialista, pero al fin y al cabo, por lo que surge de su corazón, o por lo menos por lo que se trasluce en este libro, solidaridad que en su caso es de raíz cristiana. Y eso sus compañeros socialistas nunca lo han soportado. En el socialismo y en particular en el PSOE difícilmente cabe alguien que crea en Dios. Y mucho menos para ser candidato. Es un auténtico milagro (electoral) que Bono se haya mantenido en Castilla La Mancha durante tanto tiempo. Pero era imposible que Bono fuera el candidato del PSOE a la Presidencia del Gobierno. Bono no podía ser Secretario General del PSOE. Por eso estoy deseando leer las indiscreciones, volumen 2. Me pongo a ello. Y luego, cuando acabe, “les voy a contar”.
Recomiendo la compra y lectura del libro. No perderán el tiempo. Se enterarán de muchas indiscreciones.