En la última “Feria del libro antiguo y de ocasión” he tenido la suerte de encontrar un ejemplar de la segunda edición del libro de Manuel Tagüeña Lacorte «Testimonio de dos guerras».La suerte no sólo fue encontrar del libro −y esto por poco dinero− sino además haber encontrado tiempo para leerlo con detenimiento y atención.
Soy un ávido lector de libros de memorias, y he leído pocas tan sinceras como esta. Su tono es tan verdadero, tan sentido, que transparenta lo más íntimo del ser del autor, cuyo ánimo al escribir deja el sabor de una enorme frustración.
Manuel Tagüeña en su juventud abandonó su religión cristiana, y se pasó al socialismo, entregándosele con toda su alma, para hacerse posteriormente comunista. La historia de su conversión al socialismo, y luego al comunismo, constituye el primer tercio del libro. Esta «conversión» le deparó un éxito fulgurante: a los 24 años de edad era un precoz jefe del cuerpo de ejército del Ebro, ejerciendo el mando sólo bajo el “general” Modesto. Nadie negará sus méritos como militar, y su genial defensa de las posiciones republicanas en tan importante batalla. La caída de Barcelona, el “golpe de Estado” de Casado, la huida del Gobierno republicano y el final de la guerra son narrados con una viveza sensacional.
Pero con la derrota militar comienzan sus desgracias personales. Tagüeña nunca supo diagnosticar certeramente hasta qué punto el mantenerse día tras día detrás del telón de acero iba a convertirle en una persona cuya vida iba a ser profundamente infeliz. El libro rezuma pena por haber visto como, por servir a sus ideales, por pensar que alguna otra vez iba a ser general, ahora de las tropas soviéticas, pasó penas y sufrimientos sin cuento, tanto él como su familia. Hoy sabemos que a la derrota militar de la República siguió, en Rusia, que es donde huyó Tagüeña como refugiado político, la guerra mundial. Un periodo en el cual Tagüeña, desde lo más profundo de su corazón, ansiaba un mando militar, pero era español y los rusos no organizaron “brigadas internacionales” sino purgas, nacionales e internacionales, por lo que tuvo que contentarse, desde 1939 hasta la muerte de Stalin (1953) con dar clases de estrategia en la academia Frunze.
Yo pensaba que en la parte más interesante de estas memorias iba a ser la correspondiente a la batalla del Ebro, pero me equivoqué. La batalla del Ebro es contada con una minuciosidad y un rigor impresionante. Pero sólo es interesante para la historia militar. La parte verdaderamente humana y de interés social es la increíblemente exacta descripción del socialismo estalinista que hace Tagüeña. No se deja nada en el tintero: ninguna penalidad de su familia, ningún afecto frustrado, ningún desdén por los líderes del Partido Comunista, ninguna lucha intestina dentro del Partido Comunista, ningún episodio de hambre, ninguna muerte, ningún suicidio, aunque sea de personas queridas. Llama la atención el cariño con que demuestra que trataba a sus hijas y su familia, con las tremendas penalidades y muertes por hambre en las que fue testigo. Y llama mucho más la atención que durante todo este periodo siguiera siendo un converso al socialismo, habiendo mitigado su propia capacidad crítica para no querer ver como el cúmulo de desgracias que sufría eran fruto, no de la actuación despótica de Stalin desde el poder, sino del socialismo práctico en su esencia histórica. Esta segunda parte del libro, dedicada al sufrimiento de los españoles en Rusia durante la Segunda Guerra Mundial, y después de la misma hasta la muerte de Stalin, conforma el segundo tercio del libro.
La tercera parte, donde uno ya espera que el libro pierda intensidad −y es exactamente lo contrario− es su huida del «paraíso comunista». Pero antes de huir tuvo que “reconvertirse” por dentro. La reconversión fue total. Cambió de profesión. Por la fuerza, para sobrevivir, para tener en qué ocupar su mente privilegiada y para incorporar a su acervo con qué dar de comer a su familia, mientras daba clase en la Universidad era al mismo tiempo alumno –y gran alumno− de medicina. Al mismo tiempo, desde el interior de su propio espíritu, para ser libre tuvo que pasar por la purga del Partido. Tuvo que ver cómo se trataba en Rusia a los miembros del Partido Comunista. Tuvo que recurrir a sus más profundas raíces de humanidad, para hacer suficiente autocrítica y sólo tras mucho sufrimiento interior dejar de ser socialista histórico: comunista. Tuvo que pasar varias veces un invierno interior para volver a posturas moderadas de ateísmo. Tagüeña cuenta con pelos y señales las enormes dificultades que tuvo durante el periodo en el que fue obligado a vivir en Checoslovaquia, describe con gran rigor a la persona y la política de Tito, y sobre todo relata los términos en los que, cuando quiso huir, no sólo de Checoslovaquia, sino de las garras del Partido Comunista y de la Unión Soviética, encontró muchas más dificultades de las que puede encontrar cualquiera para abandonar una secta satánica.
Al final, lo consiguió. Y al final del libro llega la última sorpresa: Tagüeña no vuelve a su fe de la infancia, sino que se enrosca en el socialismo, y sigue pensando, al final del libro, que el socialismo es redentor, después de haber sufrido en sus carnes hasta qué punto el socialismo ha sido históricamente esencialmente un sistema de opresión, sin ninguna libertad: ni religiosa, ni económica, ni social, ni política, ni personal.
Me llamado mucho la atención también comprobar cómo Tagüeña, que sin duda hubiera brindado con buen vino si, durante su vida, Franco hubiese muerto en España, no brindó por la muerte de Franco (Tagüeña murió en 1971 y Franco en 1975) sino por la de Stalin (1953). Produce una enorme asombro que quienes vivieron bajo el régimen de tan omnipotente dictador, que se sirvió abiertamente de la ideología socialista para oprimir a los pueblos y para cometer atrocidades sin cuento, hubiera generado mecanismos de corrección política tan intensos que impidieron su propio derrocamiento hasta su muerte en la cama. Tagüeña, como otros millones de personas, nunca organizaron una revolución política sino que se acomodaron al sistema policial estalinista para sobrevivir. Un periodo de opresión y de estructura de pecado que la humanidad no puede olvidar.
Recomiendo la lectura de este libro, que fue reeditado en la colección «espejo de España» en 1978, y que ha sido editado de nuevo en 2005, a todos aquellos que quieran conocer, o bien la batalla del Ebro, o bien la batalla interior de una persona llena de vida y afán de libertad, de un extraordinario científico, de una persona con una mente preclara, pero que fue privado en su juventud de la libertad. El socialismo le quitó la libertad política, luego la libertad económica, después la libertad social, siempre la libertad personal de movimientos. Y hasta que no salió del telón de acero, que estaba forjado con el carbono de la opresión ideológica, nunca fue libre.
Rezo por él, porque estoy seguro de que en algún momento, al final de la vida, un hombre tan inteligente y tan serio, tan riguroso y tan trabajador, tan bueno con su familia, tan lleno de afectos positivos, recibió la misericordia de Dios. El ateísmo socialista le hizo esclavo de la ideología y por tanto de Stalin y del Partido. Pero no importa cuando se produzca la conversión. Lo que importa es hacerla a tiempo. Quién sabe. Descanse en paz.